Regreso con el segundo artículo basado en los títulos de la biografía de Ronda Rousey.
Por si te perdiste el primero, pincha aquí.
Con un buen café con cacao espolvoreado en forma de
hoja otoñal reflexiono sobre el acto de perder.
Perder
es una de las peores sensaciones que se pueden apoderar
de nosotros ¿verdad?
No porque lo diga Ronda Rousey, sino porque es
verdad. Quien lo ha experimentado lo sabe…
¿Habéis perdido alguna vez?
Perder un empleo, un sueño, a personas que creíamos
que eran importantes para nosotros, nuestro modo de vida, un combate, una lucha…
Sentirnos derrotados es una de las peores cosas que
nos puede suceder e inevitablemente nos cambia por dentro. A mayor es la
pérdida, mayor es el sentimiento de indefensión frente al mundo.
Perder nos deja totalmente vacíos, temerosos, expuestos,
con muchos interrogantes balanceándose en nuestro cerebro. Sin saber cuál será
el siguiente paso que pronuncien nuestros pies. Sin saber por dónde hemos de
caminar. Si saber si podremos llegar a dónde queremos.
Pero hoy quiero hablar de otro tipo de pérdida. De
la que conllevar perder a una persona vital para nosotros.
Según Ronda: “perder a un ser querido supera
cualquier derrota”.
El capítulo que corresponde a este título y que ha
dado cuerda a una nueva reflexión entre las huellas de un café bien cargado en
el paladar, fue el que más me hizo conectar con ella durante mi lectura. Es uno
de mis capítulos favoritos de la biografía, quizá porque yo también sé lo que
es perder a un padre.
¿Habéis perdido a algún ser querido? ¿Habéis perdido
a alguna persona que lo era todo en vuestra vida? ¡Seguro que sí!
Entonces entenderéis mis palabras…
Pero no perdiéndolo porque haya decidido marcharse a
algún lugar o haya roto su relación con nosotros. Perdiéndolo sin querer
perderlo, porque la muerte os haya separado…
Esa sensación es la más devastadora para el corazón,
para el alma y para la sangre.
¿Verdad?
¡Os lo aseguro!
El corazón se rompe en tantos pedazos que resulta
imposible volverlo a reconstruir.
El alma se agrieta de tal manera que somos
conscientes de que no habrá nada que llene el vacío que esa persona dejó al
marcharse.
La sangre se escarcha y nos hace sentir que ya no
volveremos a ser la persona que éramos, nunca.
Porque una parte de nosotros
mismos también murió en ese momento. En ese instante en el que sabes que sus
ojos se cerraron para no abrirse más, en el que tienes la certeza de que el
murmuro de su voz será un eco que no volverás a escuchar. Muere la persona que
éramos hasta entonces junto a esa persona especial. Muere la persona que
podíamos haber sido a su lado.
El vacío que nos sacude cuando perdemos a un ser al
que amamos con todas nuestras fuerzas es inmenso. Infinito. Indescriptible. Nos
descoloca de tal manera, nos rompe con tanta intensidad, que ya no volvemos a
ser los mismos.
Quedamos en estado de shock durante mucho tiempo. Y lo más probable es que nunca nos
recuperemos del todo de esa pérdida porque condicionará cada decisión que
tomemos, cada miedo que tengamos, cada aliento de nostalgia, cada lamento, cada
arruga en el corazón, cada minuto de añoranza, cada abrazo que necesitamos y no
tenemos.
Sin embargo, puedo aseguraros de que es verdad eso
que dicen de que lo que no te mata te hace más fuerte.
Aprender a vivir sin esa persona, ser capaces de
encontrar nuevas sonrisas, enfrentar cada nuevo día con ganas de vivir, de
seguir en pie luchando por lo que realmente anhelamos, nos convierte en una
nueva persona. En una persona que posiblemente no seríamos si no hubiésemos
perdido con esa magnitud.
Sentir que nos hemos reconstruido aunque sea un
poquito frente a esa inmensa adversidad nos hace percatarnos de nuestra valía
interior. Eso que nosotros descubrimos con el paso del dolor y del tiempo y que
reconocemos en esos momentos en los que nos da por hablar con nosotros mismos.
Eso de lo que nadie podrá ser consciente jamás por más que intenten descifrar
lo que esconde nuestras pupilas.
Solo
el que ha tenido que decir adiós a un ser querido sabe lo que es perder
realmente.
Solo
el que ha sentido ese dolor devastador apretándole fuertemente el pecho, sabe
lo que significa una verdadera derrota. Todo lo demás se puede esquivar, la
muerte es invencible.
Y de nada sirven las lágrimas derramadas, de nada
sirve gritar lo más alto que nos soporte nuestra garganta, ni dar puñetazos
para aliviar toda la ira y el dolor. Es el tiempo quien cierra un poco las
cicatrices. Es el tiempo y su vaivén quien nos enseña a ser una nueva versión
de nosotros mismos.
Después de habernos sentido muertos, después de
habernos sentido devastados y totalmente perdidos, como desanclados del
universo, miramos al mundo con ojos distintos. Ni mejor ni peor. De forma muy
distinta.
Las decepciones ya no duelen igual. Nos llevamos
chascos pero no nos derrumbamos.
Los problemas ya no nos parecen tanto problema.
Nos volvemos fríos. Nuestro corazón es mitad
escarcha.
Sabemos que somos guerreros capaces de encontrar
salida a cualquier desventaja.
Y entendemos que ser guerreros no es ponerse unos
guantes y golpear un saco de boxeo (aunque ayude bastante a creérselo, al menos a mí), ser un
guerrer@ es haberse sentido muy muert@ y sentirse viv@ otra vez.
Nos volvemos fríos y nuestro corazón es mitad
escarcha. Somos muy conscientes realmente de que no habrá nada que nos duela tanto
como perder a quien amábamos y seguiremos amando de por vida. Porque incluso
tras esa pérdida hemos sido capaces de encontrarnos a nosotros mismos otra vez.
De resurgir, de reubicar nuestra esencia, de seguir.
Nos volvemos fríos y nuestro corazón es mitad
escarcha, pero ahí seguimos, viviendo a pleno pulmón, con todas nuestras
ansias, siendo capaces de amar con todas nuestras fuerzas con la otra mitad.
PERDER A UN SER QUERIDO ES LA EXPERIENCIA MÁS DEVASTADORA DE LA
VIDA,
pero también es la que más te enseña. De todo se aprende. De todo lo malo que
nos sucede se puede sacar algo positivo.
Perder te enseña cosas de la vida que no conocías,
te demuestra qué personas están a tu lado y las que nunca estarán, te demuestra
la importancia de los que siguen contigo día a día, aunque a momentos no se
comporten como hubiéramos deseado, te enseña quién eres en realidad, lo que
puedes llegar a ser y lo que nunca serás.
Perder a un ser querido es la derrota más dolorosa.
Es la única batalla para la que nunca estaremos preparados. Por más que intentemos
concienciarnos, por más que intentemos anticiparnos, cuando la muerte golpea
rompe todos nuestros esquemas y nuestras estrategias.
¡Un beso congelado!
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