Mientras degusto un café imaginario, un cappuccino
decorado con copo de nieve de cacao en una taza gigantesca, quiero hablaros de
algo que tanto en nuestra época adolescente como a día de hoy, a veces, nos
sigue importando.
La opinión de los demás sobre nosotros.
Y queridos, hay personas a las que les encanta
hablar de la vida de los demás, decidir sobre la rutina, sus deberes y
obligaciones, intentar forzarles a ser personas que no son…
¿Cuántas veces nos hemos sentido mal por lo que
otros opinen de nosotros? ¿En cuántas ocasiones hemos necesitado un piropo o un
halago de otras personas para sentirnos mejor en los días grises?
¿Cuánto hemos hecho el idiota intentando ayudar a todo el mundo por temor a dejar de caerle bien a la gente que nos cae bien?
¿Cuántas veces nos hemos sentido derrumbados al darnos cuenta de que no significamos para otras personas lo que ellos son para nosotros?
¿Cuánto hemos hecho el idiota intentando ayudar a todo el mundo por temor a dejar de caerle bien a la gente que nos cae bien?
¿Cuántas veces nos hemos sentido derrumbados al darnos cuenta de que no significamos para otras personas lo que ellos son para nosotros?
Todos estos interrogantes aparecieron en mi cabeza,
a modo de recordatorio de tiempos pasados, el día que me encontré con la frase de
Lucio Anneo Séneca:
“Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que
lo que los otros opinen de ti.”
Al igual que en mi artículo anterior os decía que
había que aprender a que el dolor no nos hiciera sufrir más de la cuenta, hoy
creo que debemos aprender a que no nos importen tanto las opiniones de los demás.
Requiere tiempo y mucha, mucha paciencia. ¡Síii!
Al leer la frase me di cuenta de que si al mirarnos
al espejo vemos algo que nos gusta y estamos orgullosos de nosotros mismos, es
más probable que lo que otras personas tengan para decir a cerca de nuestra
persona no nos importe hasta el punto de colapsarnos.
¡A todos nos gusta agradar!¡Claro que sí!
Sentir que las personas que nos rodean nos tienen
cariño, que nos consideran buenas personas y que les caemos bien, y que incluso
con suerte les alegremos el día si se cruzan en nuestro camino.
¿A quién no?
Hasta el más pasota del mundo, y aquel que cree que
no necesita a nadie, conoce la realidad. Somos seres humanos que necesitamos
interactuar, necesitamos gestos de cariño, amor, amistad, sentirnos parte del
mundo o de algún lugar.
Y nuestro mundo, nuestros lugares favoritos,
reconozcámoslo, son los que están formados por la gente que apreciamos. Por
mucho que nos guste tener momentos de soledad para nosotros y nuestros
pensamientos, al reflexionar fríamente, si nos diesen a elegir estoy segura de
que no nos decidiríamos por los lugares a los que acudimos para estar solos.
Porque al final somos los lugares que compartimos
con la gente que nos importa. Somos una sucesión de momentos, de palabras y de
sonrisas. Pero eso lo dejaremos para otro día, para otro artículo.
Para poder apreciar esos momentos de complicidad, lo
primero que tenemos que hacer es mirarnos al espejo, reconocernos en el extraño
que se refleja, valorarnos como debemos y darnos cuenta de que solo con
nosotros mismos vamos a convivir toda la vida.
¿Y si no nos gustamos a nosotros?
Ese debería ser el único dilema de vital
importancia.
Llegamos al mundo en soledad y nos iremos solos, y
mientras tanto a la primera persona que hemos de agradar es a nosotros mismos,
porque somos los que vamos a vivir junto a nuestro careto y nuestra persona durante el tiempo que dure
nuestra vida.
No han de importarnos las opiniones de los demás.
Aunque podemos tenerlas en cuenta, no deberían en ningún momento ser el motor
que guíe cada uno de nuestros pasos.
¡Porque no se acaba el mundo! No importa si no le
gustamos a alguien, no importa si no nos devuelven el amor y las sonrisas que
entregamos, no importa si alguien quiere cambiarnos porque no le gusta lo que
ve frente a él.
¿Nos gustamos a nosotros? ¿Sí?
¡Pues a caminar hacia delante! ¡Un paso tras otro!
¡Pues a caminar hacia delante! ¡Un paso tras otro!
Eso debería ser lo único importante. Caminar. Vivir.
Seguir en pie. Luchar por nuestros sueños.
Aunque a veces dudemos de si estamos haciendo las
cosas bien, aunque tengamos miedo del futuro, aunque veamos poco claro el
presente…
Aunque temblemos a la hora de tomar alguna decisión,
si nos acostamos con una sonrisa y nos levantamos aceptándonos, todo será más
fácil.
Pero a veces cuesta un montón. Que nos resbalen las
palabras de los otros, que no nos hagan daño las palabras que salen por su
boca.
Sucede que a veces las personas que nos rodean nos
increpan, nos decepcionan, nos hacen sentirnos derrumbados con sus comentarios
dañinos, sus miradas de reproche.
A veces es difícil. ¡Pero no hay nada imposible!
Debemos ser nosotros mismos. Aceptarnos. Querernos.
Valorarnos.
Estar orgullosos de la imagen que se nos presenta
cada mañana en el cuarto de baño cuando nos lavamos la cara al despertar, debe
ser lo primordial.
Debemos reivindicar nuestra propia esencia, nadie
puede quitárnosla, nadie es superior a nosotros para robarnos nuestra libertad
de ser quien queramos ser.
Freezers…
¿Qué tal si aprendemos a que no nos importen tanto
las opiniones de los demás sobre nosotros?
¿Lo intentamos?
¡Un copito de nieve!
La teoría es lógica y fácil de aprender, llevarlo a la práctica es otra cosa... ;) aunque creo que lo sobrellevo bien ;) lo qu eno entiendo es por qué a veces me importa no gustarle a las personas que a mí no me gustan, jajaja, en fin, el ser humano es complejo. Supongo que la clave está en mirar con perspectiva, ¿no? ponerlo todo en perspectiva, mirar desde la nuestra y desde la de los demás y relativizar porque nadie tiene poder para hacernos sentir menos sin nuestro consentimiento, ni siquiera nosotros mismos ;) querámonos un poquito más cada día
ResponderEliminarmil besos!!!