Con el café de la tarde, mientras la vida revolotea a mi
alrededor, quiero reflexionar sobre el dolor.
Ese sufrimiento que nos resquebrajaba por dentro y que puede llegar a marchitarnos por completo aunque nuestra mañana haya amanecido soleada y brillante.
Ese sufrimiento que nos resquebrajaba por dentro y que puede llegar a marchitarnos por completo aunque nuestra mañana haya amanecido soleada y brillante.
En el momento más inesperado o como coletazos de una
tormenta previsible, las nubes negras a veces simplemente se acercan.
Esa sensación de angustia que consigue noquearnos,
hacernos caer, dejarnos dormitando en el sofá durante minutos que parecen
eternos con una huella de tristeza en nuestra sonrisa.
Ya lo dijo Buda: El
dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.
Hace tiempo que una amiga valenciana me descubrió
una frase que cambió mi manera de ver las cosas. El cambio no fue de la noche a
la mañana ¿eh? No me creáis tan fría y despiadada, ni tan poderosa. (Puede que
ahora se os caiga el mito de Beka Von Freeze :P) Me ha llevado muchos meses
acostumbrarme.
Pero cuando ella me la dijo, fue como una ruptura de
ese chip que me encadenaba al
sufrimiento gratuito cada vez que una persona intentaba hacerme daño. La misma
persona y su poder. Solo la familia puede ser capaz de levantarte y tirarte por
el suelo en un simple comentario ¿verdad?
—Nadie
puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento—me
dijo mi amiga—. Es de Eleanor Roosevelt y recuérdala cuando te vuelvan a hacer
daño, porque lo harán hasta que tú lo decidas.
¿Cómo os habéis quedado?
Seguro que al releerla os habéis sentido
identificados. ¿A quién no le han hecho daño alguna vez?
Reconozco que esta frase consiguió dejarme sin
aliento durante algunos días. Incluso la escribí en todas mis libretas para
tenerla más presente y no olvidarla con el apogeo de la rutina.
Si a la frase de Eleanor, que me descubrió mi amiga
Maite, le sumo la de Buda que da título a este desvarío congelado, llega una
nueva filosofía capaz de cambiar mi vida, de mejorarla.
Y con los cabreos que me pillo a veces, es de lo
mejor que he encontrado, junto al Kick
Boxing, claro, para que las cosas que tanto me afectaban antes no logren
lastimarme de la misma manera.
Desde luego no soy imbatible, pero a mis enemigos
ahora les cuesta un poco más sacarme de quicio. Ya no lloro de rabia, ahora
solo lloro de felicidad. Y las depresiones post-discusiones
ya no son duraderas, ya no laceran, no parten en dos. En cuestión de minutos se
evaporan como las nubes negras que siempre se alejan y dan paso al sol.
Porque ya lo dicen en mi película favorita: Nunca
llueve eternamente.
¿Cuántas veces os habéis tambaleado con los
comentarios de otras personas?
¿En cuántos momentos habéis dado el poder de
lastimaros a personas que no se merecen ni que os sintáis tristes?
¿Cuántas veces os han hecho sentiros inferiores o
derrotados?
Sabemos que las cosas solo nos hacen daño si
nosotros queremos. Lo tenemos muy claro. Sin embargo luchar frente a ese dolor
a veces se torna insoportable, es un trabajo de gigantes porque nos pilla con
las defensas bajas, con el día turbio, con la melancolía y la tristeza
golpeando la puerta de nuestro corazón esperando para entrar…y claro…
¡Zas! ¡Nos venimos abajo! Y el dolor nos abraza tan
fuerte que nos hace suyos, nos consume, nos marchita.
Y entonces recordamos que el dolor está en la mente.
Que somos nosotros quienes elegimos cómo hacemos frente a ese dolor. Y solo
existen dos maneras: luchando y eliminándolo o continuar abrazándolo con todas
nuestras fuerzas y dejándonos llevar.
Durante muchos años de mi vida he sido de las que se
han embarrado en el dolor. No mancharme un poquito, ¡no! Llenarme de barro
hasta los dientes. Sí, siempre he tenido un lado un poco masoca… ¡Lo reconozco!
El dolor de miradas ajenas, de desprecios, de
comentarios malintencionados, de echadas en cara, de complejos, de
recordatorios de tiempos pasados…
Sí. A una parte de mí le gustaba flagelarse con esos
recuerdos, ponerse más y más roja de ira, gritar por los agravios que habían
cometido contra mi persona, una y otra vez.
Si pienso fríamente sobre ello me doy cuenta de que si
volvía, si regresaba, a esa clase de recuerdos durante días, era porque yo
misma no me valoraba como debía hacerlo.
Dudas, ¡dudas everywhere!
Es el momento en el que el tiempo avanza cuando te
das cuenta de que ahora ya no eres la misma persona que eras entonces. Que has
necesitado de un tiempo para conocerte, valorarte, quererte a ti misma y
sentirte. Y que aquello que te hacía tanto daño ahora apenas consigue lastimarte.
Es un proceso personal que todos hemos de vivir y
que cuando se consigue hace que nos sintamos orgullosos de nosotros mismos.
Hemos de aprender de los golpes verbales de esas personas
que se supone que nos quieren. Porque seamos sinceros, no hace daño quien
quiere sino quien puede, y nuestra familia o las personas más cercanas a
nosotros, si quieren: pueden.
Hemos de aprender a esquivarlos, a aceptarlos, a
enfrentarlos. Hemos de hacernos fuertes. Solo así nos acostumbraremos tanto a
ellos que cuando vuelvan a pronunciarlos nos entre la risa.
Y sí, queridos freezers,
llega ese momento en el que alguien intenta lastimarte y en vez de enfadarte,
entristecerte o hacerte dudar, lo único que consiguen es que te deshagas en
carcajadas.
Y así es, como últimamente, me enfrento a los
comentarios con dobleces y a las tonterías. Con sonrisas. He hecho caso a
Eleanor, a mi amiga Maite y a Buda.
Y la verdad es que mi corazón se encuentra mucho
mejor.
Un par de puñetazos al saco y muchas sonrisas, junto
a personas mágicas y frases inspiradoras y todo se ve de distinta manera.
Porque somos nosotros quienes elegimos lo que nos
hace daño y lo que no.
¡No permitáis que os hagan sentir inferiores! ¡No
permitáis que os hagan daño!
Miraos al espejo y estad contentos con lo que veis.
Esa es la única manera de seguir sonriendo. Pensad que las únicas personas con
las que tendréis que convivir a diario, toda vuestra vida, sois vosotros
mismos.
No os decepcionéis. ¡Sed fuertes!¡Plantadle cara al
enemigo! ¡Sonreíd! ¡No se lo pongáis tan fácil!
El que quiere…puede…
El dolor es inevitable…el sufrimiento es opcional…
¡Un abrazo escarchado y muchas sonrisas!
Es difícil estar a la altura de tus palabras, Beka. Es una entrada sentida, valiente e inspiradora. Me guardo la lección para cuando la necesite, porque cierto, nunca estamos del todo a salvo del dolor, pero no le vamos a dejar ganar la batalla. Mil besos y todas las sonrisas!!!!
ResponderEliminarHola Beka!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu entrada! Y que cierto es eso de que no hace daño quien quiere, sino quien puede.
Un besazo guapa y a soltar puñetazos al saco y muuuuchas sonrisas! :)