Con el café del mediodía quiero reflexionar sobre
todas esas veces en las que algún acontecimiento nos ha sacudido y nos ha hecho
pensar que no encontraríamos la solución a la tormenta.
Pensar fríamente en el titular de este desvarío.
¿Cuántas
veces lo habéis pronunciado?
Cuando lo leí en el libro de Ronda Rousey me dejó una sensación extraña durante días.
Creo que tenemos un problema muy grave si no lo pronunciamos y nos creemos que esa situación nos condiciona.
Todos sabemos lo que es sentir que nuestro presente
se está desmoronando. Trocito a trocito. Sentir que se nos escapa de entre los dedos, que muta de
piel y que nos afectará irremediablemente, quizá a largo plazo, pero sobre todo
a corto.
Incluso podemos sentir dolor. Mucho.
Sucede que a veces cualquier inconveniente nos
desestabiliza, independientemente de su dureza o su gravedad, nos hace estallar
en mil pedazos y nos saca de nuestras casillas.
A momentos parece que eso que algunos llaman Karma
se ha vuelto en nuestra contra, que alguien nos ha echado un mal de ojo o que
todas las influencias negativas van a parar a nosotros.
La suerte es así. Puede que el viento sople a favor,
o puede que nos despeine y nos deje tiritando.
Cosas de la magia del destino.
Sin embargo tenemos el derecho, y a veces el deber,
de mirarlo desde un prisma objetivo. Dejar nuestros sentimientos a un lado y
actuar en consecuencia como si lo viéramos desde fuera. Como si en realidad
fuésemos otra persona y no quienes somos.
Como si esa situación la estuviera viviendo un
desconocido y nosotros solo fuésemos un telespectador de una serie de ficción o
de una película de terror.
Sabemos que un mal momento no puede condicionar toda
nuestra existencia, pero caemos. Y a veces intentar escapar, gracias a la mente,
es la única manera que conseguimos para recobrar las fuerzas para luchar.
Cuando estamos sumergidos en nuestro propio agujero
de negatividad no hay quien nos ponga freno. ¡No hay peor enemigo que nosotros
mismos! ¿verdad?
Nuestra mente lo es todo.
Recordad esto cada vez que sintáis que los rayos
golpean demasiado cerca.
Yo lo intento cada día.
Tenemos que reinventarnos, resurgir de nuestras
cenizas, pelear tanto como haga falta. Por muy duro que nos golpee la vida no
puede cambiar todos nuestros proyectos o sueños. Por muy abajo que nos sintamos
no podemos darnos por vencidos. Pero cuesta. Muchísimo.
Y quizá veamos el cielo en tonalidades grises. No
siempre se tiene la misma valentía fluctuando en nuestras venas, la melancolía
siempre está al acecho esperando una mueca de fragilidad para agarrarnos fuerte.
Muchas veces, nuestro estado de ánimo nos afectará
tanto que nos colapsará, que pensaremos que es el fin del mundo. Lo veremos
todo de color negro. Nos agobiaremos por la profundidad del pozo en el que
sentimos estar. Pero no, tenemos que tener claro que las diferentes situaciones
que nos arrollen no serán toda nuestra vida.
Lo único insuperable es la muerte.
Todo lo demás se puede sobrellevar, de la forma que
sea. La luz al final de túnel aparecerá. Más tarde o más temprano.
Como me dijo mi amiga Maite una vez: la vida no te da golpes que no puedas
soportar.
Hay momentos buenos y excelentes, momentos malos y
momentos horribles que quisiéramos olvidar. Pero ninguno de ellos nos define al
100%. Ninguno de ellos tiene el poder de convertir una situación en todo lo que
somos.
Cada uno de nosotros estamos hechos de un conjunto
de circunstancias, de vivencias, de instantes, de problemas y sus soluciones,
de sentimientos, de sonrisas, lágrimas, gotas de sudor y sangre, gemidos,
sollozos, y por ello cada momento es único e irrepetible, pero nunca lo será
hasta el punto de hacernos perder el norte. O no debería.
Sin embargo, es muy difícil no sentirnos derrotados
cuando una situación trágica nos sacude. Los sentimientos nos ahogan, nos
traspasan.
¿Lo habéis sentido?
Por muy objetivos que queramos ser. Por muchos
manuales de autoayuda que hayamos devorado, por mucho que nos lo propongamos,
después la realidad es muy distinta.
Cuando algo nos golpea…nos desestabiliza por
completo. También tenemos derecho a caer. Al igual que tenemos el deber de
levantarnos para seguir en pie. Porque nos lo debemos.
Quizá la magia esté en darnos cuenta de lo que está
sucediendo, en reconocer que “ese algo” nos está golpeando y haciendo daño, que
nos está haciendo temblar, que puede que caigamos derrotados…
Pero somos los únicos que tenemos la posibilidad de
cambiar nuestros propios sentimientos.
Debemos recordarnos a nosotros mismos: que esta situación es solo un momento de
nuestra existencia, que no es nuestra vida. Tenemos que suspirar bien
fuerte, cerrar los ojos, apretar los puños, para cuando abramos de nuevo tanto
los ojos como los puños, dentro de nuestro interior respire la certeza de saber
que estamos listos para pelear.
No hay que perder nunca la esperanza de que las
cosas…mejorarán. Cambiarán. Porque todo en la vida son ciclos.
Esta situación se marchará…
¿Nos lo repetimos como un mantra?
¡A luchar aunque
el cielo de nuestro alma esté negro! ¿vale?
¡Un abrazo escarcha!
La vida está llena de momentos de oscuridad, pero no podemos pensar que nuestra vida se compone solo de estos. Como bien dices todo es cíclico, pero es cierto que en el momento te cuesta ver la luz.
ResponderEliminar¡Un abrazo!