Regreso tras mi último post. Después de aquella despedida llega una nueva bienvenida, un
nuevo camino.
Las desilusiones te rompen por dentro, dejan tu
corazón magullado y repleto de cicatrices, pero también te ayudan a crecer.
Hoy, con el café de la media tarde, quiero reflexionar
sobre esas ganas de huir que nos entran cuando sentimos que una situación nos
disgusta y nos supera.
Me considero una guerrera aunque a veces me crea una
mierda. Y sé que huir no es la mejor opción pero a veces parece la salida más fácil.
Cuando alguien al que amamos nos decepciona, por
mucho que le perdonemos hay una parte de nosotros que sigue rota, aunque haya
otra que intenta superar el bache.
Es como si una parte de nosotros se hubiera muerto
desde ese día en el que una venda cae de nuestros ojos y vemos como toda nuestra vida cambia en cinco minutos.
Hay errores que se cometen en un segundo cuya huella deja una cicatriz que
tarda siglos en desaparecer.
Al menos en mi caso es así. He de admitir que soy
demasiado sentimental y emocional, que hay cosas que me afectan una barbaridad,
por mucho que quiera rodear mi corazón de escarcha y que quizá por eso en
algunos momentos lo vea todo de color negro.
Necesito tiempo para que esa herida sane, cicatrice
y deje de supurar veneno y dolor. Y la distancia parecía una buena opción. Ahora, con la mente fría, sé que no.
El ver cómo esa herida, en momentos puntuales,
dentro de mi cabeza sigue derramando sangre junto a mis fantasmas y mis miedos,
es lo que me ha llevado a querer mandarlo todo a la mierda.
En el instante en el que peor estás anímicamente,
cuando se te borran las sonrisas, aparece la necesidad de huir y empezar todo
de cero, sola y en otro lugar, lanzándote a la piscina del nuevo comienzo
sabiendo que no tiene agua y que te vas a llevar una hostia tremenda. ¡La
hostia de tu vida!
Después de una crisis de ansiedad profunda y de
muchas lágrimas, después de haberte sentido destrozada, de haber visto cómo de
tu decisión dependía todo lo vivido hasta ahora, el silencio te da las respuestas que necesitas. La
calma regresa tras la tormenta para demostrarte que huir hubiese sido el camino
más fácil porque tu corazón sigue amando.
El camino más cómodo en primera instancia, porque
cuando quieres de verdad…decir adiós no es algo que se consiga sin sentir que
el corazón se te destroza en mil pedazos. Puedes incluso sentir más daño que la
persona a la que estás diciendo adiós aunque él crea que no. Porque al
pronunciar esa palabra estás sintiendo otra vez el daño que sentiste al paso de
la desilusión que te marcó sumado a ver cómo todo se desmorona. Al fin y al
cabo también es tu sangre la que se escarcha, tus sentimientos los que están en
juego.
Hay que ser valiente para decir adiós, pero creo que
también tiene mucho de cobarde.
Por eso estoy aquí, reflexionando entre líneas sobre
las ganas de huir.
¿Os ha pasado alguna vez? ¿Os habéis sentido tan
rotos que habéis creído que la única solución era empezar de cero lejos de
todo?
Cuando los errores pesan como losas en el fondo del
alma, lo más complicado es seguir luchando.
Me considero una guerrera aunque a veces me sienta
tan pequeñita que no logro ver la luz al final del túnel.
Entonces me caigo al suelo, me siento derrumbada,
cansada tanto mental como físicamente. Las fuerzas se me esfuman con el aliento
de mi respiración y pienso en darme por vencida.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que hay
cosas por la que merece la pena luchar hasta el último aliento. Los sueños son
una de ellas. El amor es la otra.
No hay parejas perfectas, no hay historias de
cuentos de hadas. El amor no es como nos venden cuando somos pequeñas. El amor
a veces duele y decepciona. Nunca debe matar. Pero cuando dos personas son
diferentes a veces hay que reconstruirse del dolor, hablar mucho, poner la
relación en una balanza, lo bueno y lo malo, y decidir qué es lo que más pesa.
Porque como bien me han dicho estos días: para decir
adiós siempre hay tiempo y más cuando tu felicidad y tu corazón están en juego.
No hay que tomar decisiones en caliente.
Sé que soy una guerrera, que soy una mujer fuerte y
que cada día lo seré un poco más.
Si aprendí a vivir sin el hombre de mi vida, si salí
adelante sin tener a mi lado a la persona que más me ha querido y me querrá, sé
que puedo superar cualquier piedra que se me ponga en el camino.
Sé dónde estoy, a dónde quiero ir, lo que he
cambiado y evolucionado interiormente como persona y como mujer, y quien me
quiera en su vida tendrá que aceptarlo y demostrarlo. Como yo siempre he dado y
demostrado.
Hay que luchar hasta el último suspiro. Por las
cosas bonitas, por las que realmente merecen la pena.
Y si llega un día en el que se suceden nuevas
heridas, entonces será tiempo de decir adiós. De empezar de nuevo, en otro
lugar, sola y quizás indefensa, como me dicen algunos, pero nunca débil.
Porque los débiles siempre buscan la salida más
fácil. Y yo he decidido levantarme, arriesgarme, seguir luchando.
Mientras tanto, voy a hacer caso a la filosofía de
los samuráis. Gracias a mi Isabel por su artículo y descubrirme la frase.
“Ahora es la hora, y la hora es ahora.” (tradicional
japonés)
Voy a dejar los miedos y los fantasmas en el fondo
de un cajón y que el tiempo demuestre lo que debe de acontecer.
Que mis queridas Nornas
marquen mi destino.
¡Un abrazo congelado!
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