¡Queridos Freezers!
¿Cuántas
veces os habéis olvidado de vosotros mismos para complacer a los demás?
¿Para
ser lo que otros querían que fueseis?
A veces nos dejamos llevar. Familia, amigos, parejas,
rutina, prisas…
Hoy me gustaría hablar para todas esas personas, mujeres
y hombres, que una vez nos olvidamos de nosotros mismos y nos abandonamos
demasiado.
A veces sucede que nos miramos al espejo y ya no nos
reconocemos. No nos encontramos en el reflejo que observamos. El tiempo ha
pasado y nos damos cuenta de que hemos estado muy perdidos. Anclados en una
especie de limbo. Quizá meses. Quizá años.
Nos hemos dejado tanto que no reconocemos esa parte
de nosotros que un día latió con fiereza. Y duele mucho sentir al corazón
latiendo a medio gas.
Es en ese instante de luz cuando un chip cambia dentro de nuestro cerebro y vemos
todo con otra perspectiva. Decidimos que es tiempo de pensar únicamente en
nosotros, de cambiar, de volver a ser.
Es entonces cuando nos damos cuenta de la persona en
la que nos hemos transformado, distinguimos con claridad absoluta sobre lo que
debemos cambiar.
Bien por culpa de la rutina, bien por nuestros
propios complejos o simplemente porque nos sentíamos nadie. Nos sentíamos una
cáscara vacía. ¿Y para qué luchar por los sueños? ¿Para qué querernos?
Y un día conocemos a alguien que nos cambia la vida
y empezamos a despertar, aunque con miedo.
Sentimos que tenemos mucha suerte por
tener a nuestro lado a una persona que nos hace sentir alguien dentro del mundo
y que nos salva incluso de nuestros demonios.
Cuando un día dejamos de cuidarnos, de importarnos e
incluso de querernos, nos aferramos a cada latido dependiendo de otros. Nuestra
felicidad depende de cómo nos vean otros ojos. Y eso no es bueno…
Porque nos olvidamos de nuestro poder individual. Ese
que poseemos aunque no lo distingamos.
De esa esencia primordial como mujeres y como
hombres que nunca debemos dejar de lado. Nos agarramos fuerte a nuestra tabla
de salvación porque creemos que de otro modo: moriremos, volveremos a ser nadie
y no valdremos para nada. Caeremos otra vez en el pozo de tristezas,
melancolías imperecederas, sonrisas a medio gas, incapacidad para luchar por
los sueños porque ni siquiera aspiramos a algo grande.
Cuando nuestra mente se vuelve más fuerte, por
cualquier motivo, nos damos cuenta de esa carencia personal que nos ha abatido
y a la que hemos estado demasiado acostumbrados. Y nos elevamos. Mutamos de
piel.
Nos reconstruimos a nosotros mismos hasta sentir que
no necesitamos a nadie para ser.
Porque somos desde que nacimos.
Cuando pierdes a un ser muy querido y lloras en soledad,
te reconstruyes a ti misma sin necesitar a nadie y vuelves a sonreír, y no solo
porque a tu pareja se le da genial lo de ayudarte a hacerlo sino porque sabes
que tú puedes con todo, te haces fuerte.
Cuando tu vida tal y como la conocías se desmorona y
tienes que seguir adelante como mejor puedas, aunque caigas y te sientas
durante meses hecho un trapo, te levantas y te haces fuerte.
Cuando sientes que las personas que más deberían
quererte porque te dieron la vida ni siquiera te valoran, te haces muy fuerte.
Las decepciones ya no duelen tanto.
Cuando prácticas un deporte que te llena y que te
hace sentir bien, cuando realizas un hobbie
que te hace darlo todo de ti, cuando estás contento con la vida que llevas y
ves que puedes romper tus propios límites, cuando peleas por lo que quieres y ves
cumplidos tus sueños más grandes, te haces fuerte.
La vida y sus vaivenes son los que te endurecen.
Aunque tú no quieras verlo. Ese crecimiento está ahí, anclado a tu sangre y ha
dejado muchas cicatrices.
Y no te haces fuerte porque otros quieran que lo
seas, sino porque una parte de ti quiere serlo. De nada sirven los deseos de
otras personas si tú mismo no luchas por ti. Nadie va a luchar por ti porque ya
tienen bastante con luchar por ellos mismos cada día para no caer derrotados.
Recordad que luchamos a solas y vencemos de la misma
manera.
Es entonces, cuando tu mente cambia y por ese motivo
tu propia esencia también.
Sabes que te has perdido, que te has abandonado,
pero que comienzas a evolucionar hacia adelante.
Te das cuenta de que realmente no necesitas que
nadie te quiera para quererte tú. Ahora sabes que vales mucho y que ya no
necesitas que tu familia, la dada y la que escogiste, te lo recuerde. Porque te
basta mirarte al espejo y encontrarte. Reconoces tu esencia. Estás a gusto
contigo mismo, sonríes tanto por fuera como por dentro y eso se nota.
Es en ese momento cuando se comienza a ver la vida
con otros ojos. Y creedme, ¡la de matices que podemos llegar a perdernos!
Te vuelves más independiente. Más rebelde. Más
sonriente. Más optimista, aunque a veces te pegue el bajón porque hay días
malos y eso es inevitable. Las decepciones no duelen tanto porque sabes que
puedes afrontarlas. Los miedos se desvanecen. Los sueños dejan de ser
espejismos para ser posibles.
Y te empiezas a cansar de ciertas cosas que antes te
daban igual porque no tenías la sangre en su sitio.Y protestas. Y ya no te
callas. Te exiges más a ti mismo pero también a los demás.
Y te das cuenta de que había personas a tu lado que
no merecían estar ahí. Pero también percibes a toda esa gente bonita que ha ido
apareciendo a lo largo de los años y que se merece lo mejor que puedas dar.
Cuando creces espiritualmente, cuando despiertas del
letargo, cuando tu mente cambia, pasamos a sentirnos más guerreras y guerreros.
Nos levantamos con ganas de comernos la vida con ansias. Y nos acostamos cada
noche con una sonrisa de las que iluminan la mayor oscuridad.
Dilucidamos que si alguien no quiere estar a nuestro
lado, no se acaba el mundo. Porque nuestro mundo ha de comenzar con nosotros
mismos para poder compartirlo con los demás.
El que de verdad nos quiera, se quedará. Al que no
quiera quedarse…sencillamente tenemos que abrirle la puerta para que se vaya y que
no genere tráfico. Hay muchas personas preciosas que están deseando
descubrirnos, incluirnos en su vida.
Es en ese momento en el que nos damos cuenta de lo
afortunados que somos al tener a nuestro círculo más cercano, al saber que
hemos crecido y que siguen estando ahí, que ahora sí les podemos gritar que
hemos alcanzado a ver lo que ellos siempre vieron en nosotros.
Y nos percatamos de que ellos también son muy afortunados al tenernos en sus vidas.
Las sonrisas se suceden unas detrás de otras.
Así que chicas y chicos, no os olvidéis nunca de
vosotros mismos. Duele mucho cuando pasan los años, se hace recuento y
descubres que has estado mucho tiempo pasando de largo sin prestarle atención a
esa parte de ti que merece ser mimada al máximo.
Poneos guap@s para vosotr@s, sonreíd por vosotr@s,
sed felices. También para los demás, obvio. Pero es primordial que no nos
olvidemos, que no nos convirtamos en seres grises. Porque nuestra felicidad es
lo único que nos llevaremos un día.
Cuando el todo se convierta en nada no importará
todo lo que hicisteis por los demás si no os quisisteis y valorasteis a
vosotros mismos también. No habréis vivido la vida plenamente. Porque venimos
al mundo estando solos y nos vamos de la misma manera. Y debemos estar
orgullosos de la persona con la que nos tropezamos cada mañana cuando nos
despeinamos frente al espejo.
Amaos, es la única forma de poder amar a los demás.
Con un amor sano. Sin traumas, sin complejos, sin dependencias.
Si no pensáis que sois únicos, nadie lo pensará.
Siempre hay un momento para despertar, porque para ciertas
cosas…¡Nunca es tarde!
¿Nos cuidamos? ¿Nos amamos? ¿Hacemos planes para
nosotros mismos? ¿Valoramos a los que tenemos a nuestro lado?
¡Y sonreíd! ¡No dejéis nunca de hacerlo!
Y devolvedle la sonrisa a todas aquellas personas que se preocupan por vosotros, que están ahí pendientes, que no se marchan... Son esas personas las que merece la pena tener en nuestras vidas.
¡Un abrazo congelado de mañana gris!
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