¡Queridos Dirtys!
Hacía muchísimo tiempo que no esparcía mis copitos de nieve en este blog...
Cosas de la vida: trabajo, estudios. Sí, porque ahora mismo estoy estudiando. Si me lo llegan a decir hace unos años...
¡¡Y también de publicar con editorial!! Oh, my fuck* god!
Odin me echó un cablecito, me puso la oportunidad justo delante y yo fui a por ella con todas mis ganas, como buena guerrera. Aunque tuviera miedo...¡¡lo conseguí!!
Lo que no he conseguido todavía es el vikingo empotrador. Seguimos intentando...
Pero a lo que vamos, ¡que me disperso! Hoy quiero hablaros de las cicatrices.
¿Cuántas tenéis? ¿Las habéis contado alguna vez?
Tic-tac... Tic-tac...
¿Seguís enumerándolas todavía?
¿Os acordáis de lo inocentes que erais cuando no teníais ninguna?
Ay, aquellos maravillosos años...
Cuando el mundo nos parecía inmenso y difícil de recorrer, cuando lo observábamos todo con ojos de ilusión, cuando la muerte no se había llevado a ninguno de nuestros familiares más importantes, cuando no nos importaban los noes porque creábamos un sí a la rapidez del rayo, cuando nuestra mayor preocupación era aprobar los exámenes y si nos conjuntaba la ropa que nos íbamos a poner el fin de semana, cuando no tener un futuro resuelto no magullaba el alma, cuando no nos hería no tener nada que ofrecerle al amor de verdad si llegaba al haber dejado los estudios a medias, cuando no nos habían roto el corazón al estar enamorados, cuando nuestra autoestima estaba siempre frenética y por las nubes, cuando las despedidas no nos habían marchitado, cuando nuestros mejores amigos no nos habían traicionado, cuando...
Cuando la vida y las consecuencias de vivirla no nos habían atropellado...
Sin embargo, ¡qué bonito es vivirla!
Y qué asco lo de sufrir... ¿verdad?
Lo de sentir el corazón roto en mil pedazos que no dejan de sonar. Lo de tener mil moretones repartidos por la piel que a cada día nos cuesta más que curen y desaparezcan.
Pero es hora de reconocer que sin esas cicatrices no seríamos las personas que somos. Seríamos unos simples muñecos sin sentimientos malviviendo en un mundo de plástico. Sin matices.
Ay, los matices... hacen un poquito más precioso el día a día.... ¿Verdad?
Ya lo decía una de mis canciones favoritas de adolescencia: «No todo es blanco o negro: es gris. Todo depende del matiz. Busca y aprende a distinguir».
Porque los matices de la vida te los da el sufrir las consecuencias de exprimirla con los sentimientos a pleno pulmón, siendo un alma hipersensible.
Cuando uno se siente un poco muerto, cuando experimentamos el dolor, cuando nos abandonan, cuando la muerte nos sacude y nos separa, cuando las enfermedades que más tememos planean cerca, cuando rompemos los hilos rojos del destino y luego el amor de verdad nos esquiva y no quiere aparecer, cuando nos decepcionan...hasta la naturaleza se ve de forma distinta... E intentamos hallar ese algo que nos haga respirar sin tristeza. A veces es una canción, otras el abrazo de la persona indicada, otras una sonrisa inesperada de un desconocido, otras un recuerdo bonito de tiempos acontecidos...
Porque si algo he aprendido en estos treinta y cuatro años es que de todo lo vivido, incluso de lo negativo, se puede sacar algo bueno.
¿Qué sería de nosotros sin cicatrices?
Al cerrar los ojos, ¿sentís la sangre derramarse por vuestras heridas? ¡Pensadlo!
¿Sentís la luz atravesando cada una de ellas intentando acabar con vuestra oscuridad? Yo la siento penetrar...
Cuando la melancolía me abraza y la tristeza regresa junto a mis demonios para hacerme pequeña... La dejo fluir, la siento muy hondo y entre lágrimas me hago fuerte, y sé que siendo yo conseguiré alzarme y volver a empezar. Llamadme cabezota, pero llevo consiguiéndolo desde los 17 años... Sí, siempre fui la rarita...y la vida me enseñó a hacerme fuerte hace...buffff!!
Porque la vida quiere que la vivas, que la sientas, que te caigas y te levantes, que llores y que sonrías aunque solo sea por joder.
Porque como siempre me recuerda Maite, mi amiga valenciana, «la vida no te da hostias que no puedas soportar».
Y cada cicatriz nos cambia. La vida cambia. Cada herida nos vuelve más fríos, más desconfiados, más callados, más introvertidos, más hijos de puta.
Porque aprendemos a dar lo que recibimos, para bien o para mal. Aprendemos a jugar con quien juega con nosotros, y a veces incluso superamos al maestro. Y encima nos sentimos bien al dejar salir nuestro lado oscuro. Aprendemos a no entregarnos de más aunque cuando lo hagamos sea a corazón abierto. Porque a base de golpes nos damos cuenta de que no podemos despistarnos ni un segundo...
A cada cicatriz nos volvemos más copos de nieve, más escarcha, más cubitos de hielo... Ya no nos callamos tanto por miedo a envenenarnos.
Y en el fondo sabemos que las consecuencias de vivir y sufrir nos han traído hasta aquí. ¡Y lo que nos queda! ¡La de heridas que llevan nuestro nombre! Y que vendrán, siempre vienen...
Solo descongelaremos el corazón...
¿Cuándo lo descongelaremos?
¿Lo haremos alguna vez?
¡Un abrazo muy frío en forma de copitos! ¡Gracias por leerme y acompañarme de nuevo!