7/19/2016

NO SABRÁS TODO LO QUE VALGO HASTA QUE NO PUEDA ...

…ser junto a ti todo lo que soy.

¡Queridos freezers!

¿Os habéis preguntado alguna vez la clase de persona que podríais llegar a ser si fuerais al 100% como os gustaría ser?

¿Lo que las personas que nos rodean podrían demostrar si no se sintieran intimidados o temerosos a ser juzgados por nosotros o por personas cercanas?
 
¿Cuántas veces os han aconsejado ser de una forma distinta?

Ya no solo en la manera de vestir, o sobre vuestro aspecto, vuestros tatuajes o vuestra música…

¿Cuántas veces os han aconsejado que debierais tener varios hijos, casaros, buscar nuevos hobbies, comportaros como se espera de vosotros, cuando lo realmente importante es lo que cada uno llevamos dentro?

Nuestro carácter, nuestro fondo, nuestra esencia, nuestra calidad moral, nuestros valores y pensamientos…

Muchas… ¡seguro!

¿Y vosotros?

¿Cuántas veces os hubiera gustado que las personas que os rodean se comportasen más como vosotros pensáis que deberían comportarse?

¡Sed valientes!

¿Cuántas veces hemos juzgado el comportamiento de otros bajo ese tan pronunciado “Si yo fuera él…”?

Hace meses, al buscar frases inspiradoras para mis artículos me topé de pura casualidad con esta frase de Gregorio Marañón, que reza en el título. 

NO SABRÁS TODO LO QUE VALGO HASTA QUE NO PUEDA SER JUNTO A TI TODO LO QUE SOY.  

¡Qué gran verdad!

Enseguida pensé en todas esas veces que han intentado cambiarme. Convertirme en una persona distinta a la que soy. Y me puse frenética con solo pensarlo, me enfadé muchísimo, y vomité ideas en un papel.

Después, con un buen café para despertar a mis neuronas, maduré mucho más el pensamiento y me percaté de que no siempre son malos los demás, a veces también yo he deseado que otros se comportasen más como lo haría yo en determinados momentos. 

¡No soy una santa!

¡Nadie somos santos! Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, dicen.

¿A que no cae ninguna?

xD

¿Os imagináis cómo seriamos y cómo serían los demás si tendrían más libertad, si no se vieran obligados por las circunstancias, por las costumbres, por la sociedad o sus familias?

¿Os dais cuenta de todas las cosas que nos podemos estar perdiendo?

¿De todo lo que esas personas tienen en su interior para mostrarnos?

¿De todo lo que llevamos escondido dentro como seres humanos?

La idea puede parecer un poco loca, extravagante, e incluso a muchos les parecerá una auténtica chorrada, pero creo que si no malgastásemos tanto tiempo en juzgar a los demás, nos iría muy distinto.

Si les permitiésemos ser, si nos acercásemos a mirar, a observar con detenimiento, lo mismo acabaríamos sorprendidos. ¡Y para bien!

Porque está claro que cuando dejamos hablar al corazón, todos somos mejores personas. 

Sí, lo sé, hay mucho serial killer suelto. Que el mundo cada día está peor. Pero en el 90% de los casos seríamos muy buenos ¿no?

¿Qué tal si aprendemos a dejar que los demás sean como quieran ser?

¿Qué tal si intentamos observar desde cerca cómo son las personas que nos rodean y ver lo que tienen para mostrarnos?

Libres. Sin ataduras. A pecho descubierto. Sin estar dominados por las circunstancias. Con el corazón en la mano.

Solo así tendremos el derecho de poder pedir ser como queramos ser.

Porque los demás no sabrán todo lo que valemos si no nos permiten ser junto a ellos todo lo que somos.

Porque nosotros no sabremos todo lo que valen si no les permitimos ser a nuestro lado todo lo que son. 

¡Un copito congelado!

7/08/2016

SOMOS LOS LUGARES QUE COMPARTIMOS

¡Queridos freezers!

El café se enfría en mis manos, mientras divago sobre los lugares…

En un artículo anterior, mientras os escribía sobre las opiniones de los demás sobre nuestra persona y la importancia que deberíamos darle, llegué a la conclusión, en un debate conmigo misma de esos que surgen cuando te pones a escribir como una loca y dejas al corazón hablar, que al final de todo: somos los lugares que compartimos con los demás.

Sin pretenderlo, mientras mis manos pulsaban las teclas me topé con esta verdad parpadeando sobre el blanco del archivo de Word.

Por cambiar un poco el rumbo de estos desvaríos, y que no sean solo mosqueos y enfados varios, me he puesto sensible y me he dejado llevar.

Somos los lugares que compartimos con las personas que nos rodean y a las que apreciamos.

¿Verdad que llevo razón?

Somos una sucesión continua de besos, abrazos, sonrisas, palabras, guiños, susurros, los momentos en los que sucedieron y los lugares donde tuvieron lugar. Son ellos los que acaban formando nuestros recuerdos.

Esos recuerdos a los que regresamos cuando estamos tristes, cuando nos sentimos nostálgicos, cuando las mañanas amanecen y nuestros pies titubean al entrar en contacto con la alfombra.

En esos momentos en los que al cerebro le da por divagar y perderse en la ensoñación del pasado, por hacer recuento de lo vivido y de lo obtenido.

En esos momentos en los que una canción que nos remueve el corazón suena en bucle y su melodía nos atrapa y nos ayuda a viajar, a detener un recuerdo entre los dedos de nuestras manos para así poder saborearlo, beberlo, sentirlo.

Es al regresar atrás cuando nuestra mente, inconscientemente o no, nos conduce hacia tiempos ya pasados, mejores o peores, y nos hace sentir una especie de desazón o por el contrario nos ayuda a sentirnos liberados.

Conocer y estar orgullosos de los momentos vividos es a veces el bálsamo que nos ayuda a cicatrizar las heridas, a sacar fuerzas de donde parece que nos las hay, en definitiva: a ser supervivientes.

Porque todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sido, somos y seremos un superviviente varado en la orilla del mar de una pequeña isla esperando su tabla de salvación.

¿Habéis pensado alguna vez en esos lugares compartidos?

¿En esos lugares que con el tiempo hemos convertido en refugios? 

¿En esos lugares que aunque pertenezcan a nuestra rutina, nos hacen sentirnos bien, queridos, en la cima de la montaña respirando a pleno pulmón, rozando las estrellas...? 

En esos lugares y las personas que los conforman…

En la esencia que fluye de ellos, en el eco de palabras pronunciadas que nos hicieron sonreír, que provocaron ronquidos de alegría en nuestro corazón. En el cruce de miradas, confidencias, abrazos, gestos…

En esos lugares donde tenemos tantos recuerdos que nos sacan una sonrisa tonta capaz de iluminar el día más gris.

Somos los lugares que compartimos con las personas a las que queremos, a las que apreciamos, los que al final nos definen. Somos las personas que comparten nuestro día a día.

E inevitablemente, serán esos lugares, tan nuestros, tan únicos, tan especiales, los que nos llevaremos con nosotros cuando seamos ceniza y polvo.

Y no importa lo lejos de casa que estemos. No importan los kilómetros recorridos ni la belleza del paisaje. Lo que verdaderamente importa son las personas que nos han acompañado durante nuestro viaje y que identificamos con un lugar.

Y así como el sufrimiento frente al dolor es opcional, así como debemos aprender a que no nos importen tanto las opiniones de los demás, deberíamos, aunque sea de vez en cuando, hacer recuento de esos lugares compartidos, de esos momentos especiales, para saber lo que tenemos, lo que estamos haciendo bien, lo que podemos mejorar, lo que deberíamos aprovechar más.

Porque al final, ni el dolor, ni los comentarios malintencionados prevalecen.

Solo las sonrisas, los besos, los abrazos, las miradas cómplices y sus silencios que lo dicen todo, los guiños, las conversaciones, los aleteos de mariposas en el estómago, la lucha por los sueños y la sangre repiqueteando dentro de las venas son los que permanecerán eternos. Imperturbables. Dentro de algún rincón de la esencia de lo que somos. 

Somos los lugares que compartimos, las personas que los convierten en especiales, los instantes vividos…

¿Lo recordamos juntos?

¡Un copito caricia!