1/04/2016

LUCES DE NAVIDAD...¡ROTAS!

¡Queridos Freezers!

Tras el primer café de la mañana, pongamos que es un gigante cappuccino con polvitos de cacao en forma de granos de café, como ese que me pusieron una vez en el Costa Coffee de Gdansk, Polonia…así por soñar…

Quiero hablaros de diciembre, y de lo que ha traído este mes para mí, aparte de algún kilo de más.

Llegó Diciembre y en la ciudad se instauraron sentimientos de alegría continua y optimismo.

El mes fue aconteciendo y las sonrisas volaron a mi alrededor. En las ventanas y tras ellas parpadearon las decoraciones navideñas de mis vecinos. Las luces de colores, los abetos con cintas plateadas y doradas, las pegatinas con forma de copos de nieve, las setas luminiscentes y los Papá Noel que en su trineo surcan el cielo pero que no se mueven del techo del balcón.

¡Ya está aquí la Navidad! —dijeron algunos.

—Puta Navidad —murmuraron mis labios después de un largo suspiro.

Y cuando lo pronuncié en voz alta lo primero que pensaron algunos es que soy una especie de “grinch” anti felicidad que no soporta ver las sonrisas de la gente. ¡Con lo que me gusta a mí sonreír!

¡Pero no, queridos Freezers! No os confundáis…

Me gusta ver a las familias reunirse, disfrutar de estos días juntos, los reencuentros en el aeropuerto que dan en el telediario incluso me sacan una lagrimilla. Que los niños abran sus regalos con ilusión me recuerda mi niñez. Me gusta ver felices a los demás aunque me duela porque me recuerde todo lo que ya no tengo.

¡Os lo juro!

A mí antigua yo le encantaba la Navidad, llenarlo todo de espumillón y luces, colocar el árbol en la galería de mi pueblo y bajo él las tres copas de las que beberían los Reyes Magos y disfrutar entre canciones hasta que la voz y el cuerpo ya no podían más. Me encantaba ir a coger musgo para el Belén y montarlo a mi manera, llenarle de mierda la casa a mi tía, volverla loca con los preparativos. Me encantaba disfrazar a mi abuelo de mujer junto a mi abuela, tocar la pandereta y la guitarra, gritar como una loca poseída.

Me gustaba hincharme a polvorones y a turrón, emborracharme con mis primeras gotas de alcohol de adolescente (orgasmo de limón lo llamaban, que no dejaba ser licor de melocotón con fanta de limón), abrir los regalos antes que nadie. Me encantaban las sonrisas de mi padre, sus gruñidos, que llenara de comida mi plato con las cosas que no quería, protestarle y que me contestase con sus miradas de acero, me encantaban los vasos de sidra para brindar sin brindar, las uvas que nunca tomaba, sus silencios que siempre lo llenaban todo, los abrazos que yo le daba y que él nunca contestaba pero que aun así expandían el alma, el ser especial sin pretender ser más que los demás.

Sin embargo cuando las Luces de la Navidad están fundidas en tu casa, o rotas, o ni siquiera las pones, no hay nada que brille, la verdad…Y tanto brillito y tanta purpurina y tanta falsedad de personas que me felicitan las fiestas sin ni siquiera haber hablado conmigo nunca me saca de quicio. La forma de comportarse de algunas personas me fastidia tanto, porque todo es tan raro…tan de postal…

Y ¡ojo! Que postales he enviado unas cuántas, aunque Correos me haya trolleado y más de la mitad no hayan llegado a destino a tiempo (espero que un año de estos lleguen). ¡Que yo intentar lo he intentado! Incluso he cocinado galletas de Jengibre con forma de copos de nieve para personitas muy especiales, pero claro…

Llegó el día 24, llegó Nochebuena, con las reuniones a la mesa y ahí ya todo se fue al traste.

Porque ya no hay algarabía a mi alrededor, ya no hay sonrisas ladeadas ni chistes verdes, ya no hay recuerdos de entreguerras y posguerras, ya no hay villancicos ni canciones antiguas. En definitiva ya no hay ilusión. Solo hay silencio y conversaciones intrascendentes.

Solo hay cuatro personas que están deseando terminar de cenar para marcharse cada uno para su casa. Solo hay cuatro personas con demasiados sentimientos acallados, miradas de reojo, y mucha tensión. Esa tensión que se palpa en el ambiente, que te chirría bajo los dientes, y que sabes que en cuanto un comentario se salga del lugar prefijado para él puede convertirse en un torbellino de cosas que echar en cara, de palabras mencionadas en el pasado y de viejos rencores.

Porque sí, Freezers, desde la muerte de mi padre y de mi abuelo, es lo que sucede cada año. Tras la marcha de la abuela aún había dos tapones que evitaban que las burbujas estallaran, dos pilares a los que seguir, dos personas por las que callar. Ahora solo hay una tensión a la mesa que me agobia y que me marchita. Un no quiero estar pero tengo que estar. Un desearía estar a miles de kilómetros, en Finlandia tal vez, dispuestos a soñar. Pero la familia es la familia. Y yo soy demasiado sensible, o eso dicen. Será que al no creer en Dios no llevo nada bien eso de poner una mejilla para que te la partan y después voltear el rostro para poner la siguiente.

La Navidad es tiempo para pasarlo en familia, para reunirse con los seres queridos para cantar, sonreír y disfrutar.

Pero ¿qué sucede cuando las luces navideñas están apagadas? ¿Qué sucede cuando a la mesa ya no somos tantos, cuando los seres queridos han muerto y los que quedan no se soportan más de media hora seguida entre ellos?

Que la tensión es una especie de calma falsa disfrazada. Es ese momento en el que sonríes, haces bromas y chistes que no sientes y cambias de tema continuamente, y aunque te centras en tu comida siempre hay alguien dispuesto a prender la chispa, haciendo uso de su no elegancia sutil, de ese yo no quiero discutir pero te voy a encender para que seas tú la que salte porque sé que la sangre rebelde te va a poder…y así puedo echarte la culpa de otra cosa más.

Y entonces, en medio de los langostinos, el puré de patatas y el lechazo, llegan los comentarios con dobles intenciones, las palabras que dicen más de lo que hablan, los dardos envenenados, las envidias contenidas desde tiempo atrás y las echadas en cara. Porque no hay nadie mejor que la familia para eso. Porque si no fueran de la familia no tendrían ningún poder sobre ti, y eso también lo saben.

Y ya no importan las cervezas que bebiste para silenciar pensamientos, ni las respiraciones lentas ni los mantras, ni los artículos de escritoras a las que admiras que creías que te iban a ayudar a llevar las ausencias mejor. No importa nada.

Porque mientras untas el paté de pato en las finas rebanadas por dentro te estás muriendo de ganas de apretar el pan hasta que se rompa. Y entonces te miras tus nuevos tatuajes, esos que han servido para las primeras discusiones de la noche, y cuando observas la tinta de tus alas de ángel y el corazón con la palabra “Daddy”, piensas en ese que ya no está. En ese ángel que si estuviera a la mesa, sentado en el mismo lugar que ahora ocupas tú, todo sería tan distinto. Y suspiras, hondo y lentamente, como te enseñaron los libros de psicología con los que aprendiste a manejar la ansiedad tras su marcha, y suspiras de nuevo, coges fuerzas y tragas saliva.

Y sabes que ya nada volverá a ser como era antes. Que las fiestas navideñas son una puta mierda, que tanto escribir Christmas para tus amigos para así contagiarte del espíritu de las fiestas no te ha servido para nada porque todo se ha desmoronado al final.

Porque la sangre se ha alterado, la realidad te ha sepultado una vez más, la mala leche ha comenzado a arder y ya no hay marcha atrás. Sabes que es muy probable que en cuanto tragues el bocado y bebas la asquerosidad de cerveza con burbujas (San Miguel tenía que ser) que te ha comprado tu tía, vas a empezar a repartir mierda y lo mancharás todo. Porque necesitas vaciarte y expresar que ya estás cansada de tanta pantomima, de tanta falsedad e hipocresía.

Pero entonces miras a tu tía y te contienes. Miras tus tatuajes y te silencias. Por tus ángeles respiras hondo, tragas, y con el aire que expulsas de tus pulmones te vacías de las toxinas.

Porque duele cuando ya no te sientes a gusto ni en tu propia casa, esa casa familiar donde fuiste tan feliz y donde siempre te sentiste a salvo de todo y de todos.

Y la cena se te avinagra y la comida del día siguiente te empacha.

Y para ponerle remedio te marchas con tu pareja a casa, te enfundas los pantalones de fitness, las playeras y enciendes el portátil. Le das al play a ese video de Cardio Kick Boxing que te has bajado de Youtube, y sueltas patadas y puñetazos con todas tus fuerzas, con toda la rabia del mundo, y las lágrimas se deslizan lentas.

Y solo así te relajas, solo así te olvidas y te calmas.

¿Olvidas, Beka?

Vale, no, no olvido pero perdono por unos momentitos. Y así cicatrizo un poco las heridas abiertas, las impregno con el frío de la escarcha que me caracteriza, y el dolor se detiene hasta que el sol vuelva a salir. Cicatrizo heridas para seguir sonriendo, para seguir viendo luces de colores resplandecientes. Aunque estén rotas, fundidas y causen chispas eléctricas cuando los cables mal conectados entran en contacto.

Da igual, yo me las imagino. Intactas. Azules, rojas, verdes y amarillas. Se encienden, se apagan, parpadean, incluso ¡cantan! Para algo soy escritora ¿no?

Pero no se me olvida que la navidad es una puta mierda.

¿Qué quieren que celebremos cuando no hay nada que celebrar?

Llevo muy mal lo de fingir y aguantarme, pero al final, a base de cerveza belga y escocesa, en Nochevieja lo he conseguido.

He conseguido superar la nochebuena y la Navidad aunque con un cabreo monumental y he sobrevivido a la nochevieja sin atragantarme con las uvas. Las he comido todas, toditas, no he brindado con champán porque dos cervezas ya habían sido demasiado para este cuerpo ahora fitness, (en estos momentos la Beka de 21 años estará tirándose de los pelos), y he pedido a mis ángeles que este 2016 sea una auténtica pasada de sueños cumplidos, nuevos retos por los que luchar, salud, amor y palabras.

Y ya me he desahogado ¡oiga! Que para algo me he creado este nuevo blog. Para repartir traumas y hacerlos más pequeñitos. Para deshacerme de mis desvaríos.

Porque seguro que vosotros habéis pasado unas Navidades geniales, pero oye, lo mismo algún Freezer por ahí también se ha sentido como yo, que en las familias no es oro todo lo que reluce.

Y por si se da el caso…

¡Felices Fiestas de Luces Rotas!

Y como dice la canción…

—Puta Navidad…

—Puta Navidad…

¡Un abrazo copo de nieve!

4 comentarios:

  1. Sin palabras me has dejado! Pero bravo por tí, y por haber superado estos días con tanto valor. Te diría que en ese sentido soy una freezer, sobre todo cuando me toca ir a casa de mi suegra, que me odia un rato, y tengo que beber cerveza hasta olvidar mi nombre para no tirarme encima de ella pero también te diré que tengo el otro lado... el de mis tres angelitos... Esos tres niños por los que intento con todas mis fuerzas que la Navidad sea para ellos lo mismo que fue para ti cuando eras pequeña...
    Así que brindo junto a ti por la Puta Navidad y aunque no quieras, desde aquí, te mando un Feliz Navidad y un enorme beso que espero que te llegue junto con unas poquitas luces sin romperse. Muacks!

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  2. Felicidades Beka, has conseguido con esta entrada hacer lo que casi nadie se atreve. Permitir plasmar verdades que la mayoría de veces ocultamos, con una sencillez aplastante. Me gusta tu Escarcha y palabras, y el mensaje de trasfondo en esta primera entrada. No tenemos que encender las luces de navidad porque cada uno la vive como quiere y puede. Gracias por tu palabras y deseando leer la siguiente entrada.
    Besos Beka.

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  3. Ayyyy Beka, si supieras cuanto te entiendo. Con cada palabra aquí descrita me he sentido muy identificada, así que no, no eres la única que ve así estas fechas, pero yo la solución la cogí hace muchos años, tomando el toro por los cuernos y haciendo sinceramente de esta fiesta lo que quiera sin ningún tipo de obligación, y que opine el resto lo que quiera.
    Besos guapísima y ya veras todos los sueños que se te van a cumplir!! :)

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